DAVID Y MIS GOLIATS
La gratitud puede expresarse de muchas maneras, y hoy quiero hacer de este texto una herramienta para ello. En especial, porque este es un mensaje directo de agradecimiento a alguien que no sabe que existo, pero que, de alguna manera, ha formado parte de mi carrera como pintor.
Ser artista implica, como en la historia de Lemony Snicket, vivir una serie de eventos desafortunados. Solo que en mi vida no éramos tres protagonistas, como los hermanos Baudelaire; en realidad, era solo yo. Sin embargo, en muchos de estos eventos, que empecé a llamar "Goliats" por el tamaño y la fuerza con que irrumpían en mi vida y carrera, siempre tuve un ángel guardián llamado David. Pero no cualquier David, mi David era reconocido, era pintor, como yo. Mi David es David Manzur.
Y es en esta parte del texto donde algunos se pondrán soñadores, y dirán que David es un gran amigo, que lo conozco desde hace años o que tengo alguna cercanía con él. Pero, como en un examen de selección múltiple, les diré que ninguna de las anteriores. De David lo conozco todo, menos a él. Y es algo particular, pero podría decir que me siento su alumno, aunque nunca lo he sido; su amigo, aunque tampoco lo soy. Sin embargo, sí puedo decir que soy su eterno admirador, y eso sí con orgullo y con todo el corazón. Por eso, después de más de 23 años, soy capaz de agradecerle por este medio, aunque él jamás lo sepa.
El arte, como algunos saben, llegó a mi vida sin que yo supiera hacerlo, mucho menos porque fuera un niño prodigio, porque realmente hasta el día de hoy siento que no sé pintar. Sin embargo, comencé a hacerlo porque me ayudaba a drenar lo que había en mi cabeza y, de alguna manera, se convirtió en la excusa perfecta para no renunciar muchas veces hasta a mi propia vida.
Cuando comencé, ya era relativamente grande, y lo único que buscaba era hacer, y por alguna extraña razón, se me metió en la cabeza que podía ser un gran pintor. Y ahí es donde entra David, siendo mi primera inspiración, acompañado de Klimt, Caballero y Gauguin, todos ellos mis motivadores personales para creer que podía lograr algo con el arte. Por David empecé a pintar; ver su libro en una feria de Bogotá, cuando tenía 13 o 14 años, me voló la cabeza, fue el primer impulso para matar a mi primer Goliat: “el miedo de querer ser yo”.
Desde entonces, he escuchado cuanta entrevista ha dado, he leído cualquier texto que mencione su nombre, visitado la mayoría de sus exposiciones y colecciono sus imágenes en mi memoria.
Pero como en todo proceso cuando se da el inicio, es que comienzan a aparecer los obstáculos y las dificultades, que hasta hoy no han sido pocas: desde no tener el dinero para estudiar una carrera profesional, ser padre soltero desde los 21, no conocer el mundo del arte absolutamente nada, sufrir de un par de enfermedades mentales, hasta la incapacidad de dibujar de manera adecuada, como me lo hicieron saber muchas personas que vieron mi trabajo. Sin embargo, en cada uno de esos momentos, apareció un David.
Un David en un caballo blanco colgado en la pared de esa oscura oficina, cuando tuve que dejar de pintar por falta de dinero y buscar trabajo como mensajero en la calle 34. Un David en la sala de espera del hospital, que me hizo compañía la noche en que nació mi hijo, sin que yo supiera cómo ser padre, y mucho menos cómo iba a mantener a alguien "a punta de dibujitos", como solían decirme. Otro David, en una finca lejana del Quindío, el día que sentí que mi trabajo no era bueno porque alguien a quien le regalé una obra la noche anterior, la miró con desprecio y no la quiso aceptar. O el David que vi en una vieja revista de farándula el día que esperé tres horas para ser atendido por alguien que jamás salió, dejándome con los cuadros bajo el brazo, sin dinero para volver a pagar los marcos que les había puesto y con el orgullo por el piso.
Así fue cada vez que un Goliat aparecía para aplastarme; siempre hubo un David que me salvaba. Porque esas imágenes me hacían correr al internet más cercano, pedir 15 minutos de tiempo y escuchar una vez más sus palabras en cada entrevista. Me recordaban que, como él cita a Balzac: "el arte es una larga paciencia... trabajo, trabajo y trabajo", y con eso volvía a casa, me encerraba en mi habitación y seguía adelante. Pero más que eso, me sacudía y entendía que, para ser lo que quería, primero tenía que moldear mi orgullo, mi ego y mis ideas. Que, pasara lo que pasara, lo que hacía, lo hacía por mí, no por los demás, no por modas ni tendencias, sino porque lo necesitaba.
No sé si algún día él lea esto, pero hace poco mi terapeuta me dijo que debía agradecer a las personas que han sido fundamentales en mi vida, y que nunca se los he hecho saber, y David ha sido una de esas personas. Hoy soy padre, soy pintor, soy artista, aunque la palabra no me guste. Soy todo eso porque, más de una vez, un David mató al Goliat que atormentaba mi cabeza, y es por eso que hoy, de manera simple y honesta, solo puedo decir: gracias, David. Gracias por la compañía, gracias por los consejos, gracias por las palabras y por esas miles de imágenes que me han enseñado y no me han dejado caer. No voy a decir que eres mi maestro, porque sé que eso no te gusta, pero sí diré que eres mi David, porque aquí sigo, en parte, gracias a ti. Por todo esto, David, quiero que sepas que, aunque nunca hemos cruzado palabras, nunca te olvidaré. Tu obra, tus palabras y tu ejemplo me han acompañado en los momentos más difíciles de mi vida. Podría decir que has sido como la luz de un faro en la tormenta, una guía silenciosa que, sin proponérselo, me ha dado la fuerza para seguir adelante cuando todo parecía perdido. No sé si algún día sabrás de mí, y eso no es lo importante, lo importante es que te estaré eternamente agradecido.
Mi gratitud hacia ti es infinita, y te deseo siempre lo mejor y deseo que sigas iluminando la vida de tantos otros como lo has hecho conmigo, hoy y siempre, gracias, David.
Kalee Guauta