OLVIDAR

No le tengo miedo a ser olvidado, pero sí a olvidar. No temo que otros no se acuerden de mí, de mis cuadros o de mis palabras, pero siento pánico ante la idea de olvidar. Esta ha sido una lucha interna que llevó desde muy pequeño, quizás por esa razón siempre he tratado de mantener mi memoria afilada, de acumular miles de recuerdos, sensaciones especiales, olores, sabores, texturas... Toda una amalgama de emociones y vivencias que guardo en una biblioteca personal, única e intransferible, que me permita no olvidar.  


¿Y qué es lo que tanto temo olvidar? La respuesta es simple y poderosa: no olvidar a los que amo. No olvidar a quienes me dan vida, incluso en esos momentos en los que siento que ya no la tengo, no olvidar mi bienestar, mis raíces. Sin embargo, con los años, me he dado cuenta de que en mi familia existe un maldito gen, uno que intensifica mi miedo más profundo, es un gen que trae consigo la amenaza del olvido. Mi tatarabuela sufrió de demencia senil, mi abuelo tuvo alguna forma de Alzheimer, y aunque no tengo todos los datos, estoy seguro de que generaciones pasadas también fueron afectadas por este mismo destino. Aún no sé si ese gen fatal me alcanzará, pero ya siento escalofríos al pensar en la posibilidad.


A menudo tengo pesadillas con todo tipo de cosas, algunas más fáciles de explicar que otras, pero entre todas ellas, ninguna es tan aterradora como la idea de que mi mente algún día se apague, que se confunda más de lo habitual, o peor aún, que simplemente se desvanezca. El miedo a que mi memoria desaparezca es un monstruo constante, un temor insoportable. ¿Qué ocurrirá si un día no sé quién soy? No por el hecho de perder mi identidad, sino porque con eso perderé lo que más amo, y en ese instante, nada tendrá sentido.


La ansiedad y la depresión que me acompañan agudizan este miedo con cada día que pasa, pienso demasiado en ello; para alguien con problemas de salud mental, el futuro siempre es incierto, no tenemos la misma seguridad en nosotros mismos, ni en lo que hemos logrado o en lo que nos sostiene, por eso, la memoria se convierte en nuestra mayor aliada. En ella reside la motivación para seguir adelante, para no rendirnos por completo, ahí, en nuestra memoria, están los abrazos, las caricias, las palabras, el amor, ahí están nuestros seres amados, lo más importante de nuestras vidas. Y esa es la verdadera razón por la que no quiero olvidar.


No quiero despertar una mañana sin amor, no quiero abrir los ojos sin emocionarme al escuchar a mi hijo decir: "Buenos días, papi", no quiero vivir otro día sin sentir el beso lleno de amor de mi esposa, no quiero olvidar el olor de mi hogar por las mañanas, ni el aroma del café que preparó con cariño para ellos. No quiero perder la necesidad de escribirle a mis padres, de preguntarles cómo han dormido, no quiero que las ganas de pintar desaparezcan, no quiero que mi vida con los que amo se nuble y se desvanezca. No lo quiero, y me resisto a aceptarlo, peleo contra mi propia mente porque, aunque ella me alimenta ese temor, también me da la fuerza para resistirlo.


Olvidar, olvidar, olvidar… No puedo y no quiero olvidar. Le he rogado a Dios mil veces: que me olviden todos, pero que Él no me deje olvidar, porque, hasta mi último día, sea pronto o lejano, quiero recordar. Quiero que mi memoria siga intacta, que mis vivencias sigan claras, por buenas o malas que hayan sido, porque, aunque no me hayan hecho una mejor persona, sí me han permitido conocer a seres maravillosos y sentir amores que aún hoy me mantienen vivo. No sé si es mucho pedir, pero esa es mi verdad.


Quizás escribir todo esto sea inútil, quizás sea una pobre explicación de algo que no tiene explicación, pero es real y por eso lo escribo. Lo hago como un recordatorio para decirles a quienes amo que los amo con toda mi alma, y que haré lo imposible por no olvidarlos jamás,  porque son ustedes quienes me hacen olvidar mis miedos, quienes me hacen sentir que vale la pena seguir luchando, y que solo por ustedes mi vida tiene sentido. Hoy tengo claro que no olvidar es resistir, y resistir es básicamente amar.


Olvidar, olvidar, olvidar... Esa es la puta palabra que, desde hoy, voy a intentar olvidar.


Kalee Guauta