¿SERÉ YO MAESTRO?
Muchas veces me he preguntado si hay algo mal con lo que siento o con lo que soy. Por alguna razón, paso muchos días teniendo la sensación de creer que el problema se origina y vive solo en mí; es una pregunta rara y pesada que va y viene por temporadas, que muchas veces se fundamenta más en la frustración de no ser entendido o comprendido, y que logra instalarse como una lucha interna que se suma a la carga de vivir con depresión. Sin duda alguna, esto desata aún más mi ansiedad, y desde luego nunca se va porque de una u otra manera el mismo entorno me la vive recordando. "Siento que a veces no somos muy conscientes de cómo las palabras afectan al otro; muchas veces no moderamos el filtro que puede detonar acciones sin regreso".
Debo ser honesto y confesar que a veces he querido gritarle a más de uno lo que me pasa cuando siento que no soy suficiente. A veces simplemente quiero salir corriendo y huir para no ser visto ni criticado. A veces, por más incomodidad que tenga, me obligo a quedarme y miro a un punto muerto en el horizonte, sea donde sea que esté, para olvidar la sensación del momento. Otros días me siento acá, frente a mi tablet, tratando de drenar en palabras mudas lo que las de mi boca no son capaces de expresar, pero nada parece ser suficiente. Finalmente, estas son las herramientas que trato de utilizar a mi favor, pero que por alguna razón terminan volviéndose en mi contra porque, para muchos, tener un problema de salud mental no es una realidad, sino un acto inventado para justificar una vaga realidad.
Lamentablemente, seguimos viviendo en un mundo que dice conocer la depresión pero quizás no reconoce a sus protagonistas. Seguimos buscando la empatía que no existe porque la mayoría de veces se disfraza de simpatía momentánea que no ayuda cuando la siguiente acción tras la retirada es hablar del descontento que genera convivir con personas en esta situación. Y es que, para ser honesto, muchas veces esos susurros que creen que no se escuchan terminan llegando a nuestros oídos claramente, punzantes, fuertes, rígidos e hirientes.
No los culpo. Desde luego, me pongo también en los zapatos de quienes tienen que ser espectadores o acompañantes de pacientes como yo. Sé que no es fácil la convivencia así. Sin embargo, con algo de inconformismo por mí y por personas que conozco en esta misma situación, digo que se debe ser más dócil con la salud mental de los demás, porque muchas veces no sabemos qué decir, muchas veces no sabemos cómo comportarnos si estamos en crisis y, aun así, debemos sonreír. Muchas veces no tenemos claro qué es correcto si por dentro todo es un caos, pero les aseguro que tratamos de ser justos y tratamos de sacrificar nuestro bienestar por ustedes, amigos, conocidos y familiares que conviven a nuestro alrededor. Parte de nuestra lucha mental se fundamenta en tratar de no hacer daño o incomodar a alguien, y es uno de los pesos más grandes que sobrellevamos porque no queremos ser carga para nadie. Nadie más que nosotros tiene la claridad de que esto es difícil y que nuestro mayor objetivo es no afectar a quienes amamos.
En estos momentos miro la pared beige de mi estudio, algo manchada de pintura porque suelo salpicar demasiado mientras trabajo… Pero bueno, la verdad es que estoy tratando de desviar el tema para no aceptar que me sigue doliendo y que justo mientras acabo de escribir esto, pienso y pienso tratando de encontrar formas de entender esta realidad, y les confieso algo, de nuevo me hago la pregunta: ¿estaré mal? ¿es mi culpa? No lo sé, la verdad.
Solo sé que a quien se esté preguntando esto como yo, le pido calma y paciencia. Sé que no es fácil, y no sé cuándo llegue la respuesta, pero de alguna u otra manera llegará y nos ofrecerá algo de libertad.
Kalee Guauta