CANSADO DE MORIR

‘Tú no estás cansado de vivir, estás cansado de morir’… Así me lo dijo mi mejor amigo una tarde, sin previo aviso, con esa certeza que sólo puede venir de lo alto, fue una visita inesperada, y sin saberlo, una visita que me salvó la vida. Aquellas palabras son reveladoras, contradictorias y muy incómodas, sobre todo cuando uno cree tener la decisión tomada… cuando la mente se convence de querer morir. Pero basta una frase como esa para que todo se detenga, basta solo ese momento entre dos para que el alma despierte justo antes de jalar el gatillo, antes de lanzarse al vacío, antes de hacer el corte, antes de atar el nudo. En ese instante todo vuelve a cero: las ganas, la conciencia, la idea, el engaño, la esperanza, todo.

Y, sin embargo, en medio del silencio que siguió, comprendí que su frase no era una acusación o de juzgamiento sino de una verdad escondida y durante algunos segundos que se me hicieron eternos se quedó sembrada en mí, repitiéndose una y otra vez, como una eterna pregunta que no pide respuesta, sino reconocimiento: ¿Será que estoy cansado de morir?. La respuesta obviamente surgió sin esfuerzo, sin titubeos, aunque con algo de vergüenza y con un calor extraño en el pecho, con esa rabieta que precede a la revelación, esa sensación texturizada de incomodidad y alivio, y entonces lo miré a los ojos y supe que había visto lo que yo no podía ver, que no era la vida lo que me agotaba, sino la muerte que venía cargando dentro de mí hace años.

Y sí suena raro o más bien muy raro pero… he estado muriendo durante mucho tiempo, han muerto ideas, ideales, han muerto sueños e identidades, han muerto conceptos, creencias, han muerto herencias y hasta descendencias. He sentido morir partes de mí una y otra vez, constante y regularmente pero nunca me he muerto yo y ahora entiendo el porqué. Es simple, yo nunca he querido morir, yo “quería dejar de morir”, mi grito de muerte constante no ha sido otra cosa que un grito de vida, un aullido al cielo, un s.o.s a Dios una exclamación a la vida misma.

Pero también entiendo que si quiero matar… quiero matar todo lo que ya no me pertenece, todo lo que no fue sembrado por el amor, quiero darle paso a algo nuevo, a una luz que no es mía, pero que me habita y aunque no me siento victorioso porque entender no siempre salva, reconozco que la claridad trae su propio peso, su propia angustia, remordimiento, el eco de lo que no se pudo ser y el temor de lo que puede pasar pero también trae gracia, porque hay dolores que Dios deja en el camino sólo para que volvamos a él, hay vacíos que son llamadas y hay muertes que son el preludio de la resurrección.

Hoy entiendo que lo que he llamado depresión quizá ha sido mi espíritu sobrepasado por los dones que no he sabido controlar y manejar, quizás ha sido una gran herramienta de sensibilidad que no comprendía ni comprendo del todo. El discernimiento de espíritus, el peso del sentir ajeno, el cansancio de cargar lo invisible, de percibir lo que muchos no perciben, pero hoy sé que bajo la palabra de Dios, todo toma su lugar, todo encuentra luz, y Jesús es esa luz, la que rompe las tinieblas sin pedir permiso, la que me recuerda que la vida no se trata de no morir, sino de aprender a resucitar y que apesar de estar lejos él, un poco terco y orgulloso siempre me ha visto con caridad y con los brazos abiertos para volver a él.

La realidad justo ahora frente a este teclado es que estoy cansado de morir, pero día a día encuentro vida nueva.

Kalee Guauta