LA FARSA DEL STORYTELLING
Me tiene harto escuchar día y noche la palabra storytelling, me tiene aburrido ver cómo venden una de las trampas más sutiles y peligrosas de estos tiempos, esa estúpida idea de que toda vida debe ser contada como una gran historia en redes sociales. Nos han hecho creer que para ser vistos, validados y valiosos, necesitamos convertir nuestra existencia en un relato perfectamente editado, apoyado con nuestro físico frente a una cámara, con clímax, giros inesperados y finales inspiradores.
Pero la vida no es un guion, no siempre tiene estructura, no siempre enseña una lección, y casi nunca es lineal. Aun así, millones de personas se esfuerzan por convertir su diario vivir en una narrativa que impacte, que enganche, que guste, cosa que en un gran porcentaje es todo lo contrario. Y el problema no es contar, el problema es deformar, tergiversar y obligarse a inventar. Porque es justo en ese momento cuando se empieza a maquillar la tristeza, a forzar la alegría, a fingir logros, y a recrear caídas falsas para luego actuar una "superación". Todo esto por la aceptación virtual, por aplausos digitales de desconocidos, y por un shot de dopamina enfermiza y vacía al propio ego.
Y así es como, poco a poco, se instala una disociación peligrosa entre lo que se vive y lo que se muestra. El ser humano se convierte en personaje, su esencia en guion, y su verdad en estrategia de marca. La autenticidad se pierde entre filtros, subtítulos motivacionales y frases sacadas de manuales de marketing emocional. El daño es profundo y directo, así no lo crean, la personalidad se diluye, la originalidad se sacrifica, y lo más grave, se normaliza la mentira como parte del proceso de "conectar".
Pero hay algo más alarmante y ridículo: esta necesidad constante de contar historias vacías con fines de fama y aprobación está enterrando el valor del trabajo real. Hoy en día, se celebra más la narrativa que la experiencia, el personaje que el proceso, la exposición que la investigación.
El esfuerzo, el estudio, el oficio silencioso, la constancia… todo eso parece haber pasado de moda. Lo que no genera likes, no existe, lo que no se cuenta en forma de éxito inmediato, se descarta. Y así, el arte, la ciencia, la creación profunda, y la vida misma, se reducen a una puesta en escena.
Nadie habla del vacío que queda cuando la pantalla se apaga, del silencio que sigue después del post viral, del peso de sostener una historia que nunca fue real y de lo vacío y complejo que es vivir en un personaje que sencillamente no habita dentro de la mayoría de las personas.
Por eso, hoy más que nunca, ser uno mismo es un acto de valentía. Contar la verdad, aunque sea desordenada, aunque no tenga final feliz, o sencillamente no contar nada, contar no es una necesidad, contar no es un orden, ser real es una forma de resistencia, volver a lo genuino, a lo que no necesita adornos para tener valor. Ser fiel a lo que somos, no a lo que esperan de nosotros, dejen de vender ideas falsas de un STORYTELLING necesario para vivir, al día de hoy han dañado el arte con tanta norma ridícula, con un discurso rápido de que el que no muestra todos los días no hace nada, que el que no tiene lo más aspiracional no vale, y que todo proceso es idílico cuando ninguna de las tres es real, El arte no necesita una gran historia, solo pasión y trabajo, no necesita una farsa, y mucho menos necesita un storytelling.
Kalee Guauta