PODAR
Ayer podaron el jardín de mi casa, eran las 4 de la tarde más o menos, algo de calor se sentía luego de haber llovido la mayor parte del día, me senté en las escaleras y simplemente me dedique a mirar cómo empezaban a podar, fue rápido minuto a minuto todo se fue cortando fácilmente, se abría un espacio y se generaba un ambiente distinto; luego de 30 minutos solo quedaron algo de marcas en la tierra, se ven las piedras, el terreno ya no parece firme y plano, ahora sus ondulaciones son más notorias, básicamente todo quedó expuesto, los insectos han decidido volar, correr, o esconderse, algo se ha ido y comienza un camino para lo nuevo que viene. Me sentí alegre al ver desaparecer la maleza y al ver todo limpio, lo aceptó, pero también triste, porque con ella se fueron las flores y el verde tupido del césped y las muchas formas que este toma, pero ya está hecho.
Ahora son las 2 de la madrugada y sigo pensando en ello. Por alguna razón existen cosas en estos momentos que me dejan muchos pensamientos en la cabeza o que ya dentro de su simpleza no me quedan tan fáciles de entender. Sigo pensando y es que podar no es solo un acto de limpieza; es un ritual de renacimiento. Es dejar ir lo que ya no nos sirve para dar paso a lo nuevo, a lo auténtico. Y aunque el proceso pueda ser doloroso, el resultado siempre vale la pena, porque, al final, podar no es solo cortar ramas, es abrir espacio para crecer, para florecer de una manera más plena y verdadera, sin importar, si lo que realmente somos encaja con el exterior.
Creo que todos estos pensamientos me llevaron a levantarme muy a las 6 de la mañana, con la decisión de podar algo más. Sí así es, hoy me podaré la cabeza… Y acá estoy mirándome al espejo y durante los siguientes 30 minutos no pararé de rasurarme en un acto no solo de despojo, sino de confrontación, porque nos guste o no, somos seres con ideales visuales, pero con los años, eso me importa cada vez menos. Para ser honesto este año he intentado llevar ese desapego a otros niveles. Trato de cambiar desde lo más básico, de romper círculos viciosos, de sanar heridas y claro, me equivoco y mucho, es más, si me pagaran 1.000 pesos por cada error, ya sería millonario. Pero sigo intentándolo, sigo dando pequeños pasos para que las futuras generaciones a mi cargo, como mi hijo y hasta mi esposa, puedan ver y entender las cosas de manera diferente.
En los últimos meses, me he sentado muchas veces para observar ese jardín. He visto cómo en ese pequeño espacio conviven hormigas, saltamontes, lombrices, pájaros, mariposas, abejas y tantos otros seres que día a día tratan de sobrevivir, de ser mejores, de cumplir objetivos, pero también como se disfrutan cada uno ser como son, uno lento, uno rápido, uno torpe, uno audaz, uno avorazado y otro sumamente cauteloso, y ayer todo eso ya hecho se fue, ahora empieza un nuevo espacio y seguramente si o si renacerá.
Ese jardín, aparentemente básico, es en realidad un universo de aprendizaje, observar me ha ayudado a entender muchas veces mi desenfrenada mente, a veces tan desbocada y perversa, que intenta autosabotearse con la idea de no hacer lo suficiente, de ya no tener tiempo, de tener ya todo echado a suerte, de no ocupar el mínimo espacio en la vida de nadie y de no entender el 90% de ideas que pasan por ella, mucho menos de entender lo que transita a su alrededor. Pero ahí está la paradoja de la poda: al principio parece una pérdida, pero en realidad es una ganancia, nos resistimos a soltar por temor a quedar vacíos, pero solo cuando lo hacemos, entendemos que lo esencial nunca se va, lo esencial permanece, lo demás simplemente, hay que podarlo, hay que podar creencias, estados de ánimo, rabias, dudas, y hasta las mismas cosas banales y físicas que sentimos inamovibles, porque lo nuevo puede ser y como diría Miguel Unamuno “De tan pesimista que soy, soy optimista, porque los extremos se tocan y el frío quema”.
Kalee Guauta